jueves, 19 de junio de 2014

Varitas de zahorí para la seguridad nacional

Desde 2005, con Vicente Fox como Presidente, se hicieron las primeras compras de lo que prometía ser una maravilla tecnológica: un detector remoto de sustancias capaz de ubicar a distancias increíbles —más de 4 km desde el aire, por ejemplo— ínfimas cantidades de las más diversas sustancias: drogas de todo tipo, explosivos varios, dinero y hasta seres humanos.

Impresionados por sus aparentes bondades, primero PEMEX Exploración y Producción asesorados con personal de la Secretaría de Marina Armada de México fueron, de acuerdo a documentos púbicos disponibles en el Instituto Federal  de Acceso a la Información, los primeros compradores de estos aparatos. Pero no fueron los únicos, ni mucho menos. Si bien fue con Fox que se adquirieron los primeros, fue durante el gobierno de Felipe Calderón cuando se hicieron compras masivas. La Secretaría de la Defensa Nacional dotó a sus elementos con más de 700 unidades y una tras otra, varias dependencias y policías estatales y municipales de todos los colores del espectro político fueron adquiriendo las suyos, hasta llegar tener, aproximadamente, unos 940 detectores en servicio en el país, llegándos a pagar por estos en total más de 300 millones de pesos.

Eso, hasta donde se sabe, porque es posible que los números sean mayores.

300 millones gastados en esto
Estamos hablando, por supuesto, de los detectores moleculares GT200 y ADE651, conocidos popularmente en México como pistolas moleculares o ouijas del diablo, y cuyos fabricantes están cumpliendo en el Reino Unido condenas por fraude —siete y diez años respectivamente— por vender estos artilugios. Estos aparatos no son sino una versión arropada en lenguaje pseudocientífico y modernizada para parecer —recordemos que están huecos— un dispositivo de alta tecnología para impresionar a potenciales compradores, de las clásicas varitas de zahorí que pretendidamente se han utilizado para buscar agua, tesoros y hasta fantasmas. Como tales, estos detectores remotos de sustancias, carecen de cualquier capacidad real de detección; su aparente funcionamiento que tanto impresionó a nuestras autoridades y servidores públicos es, en el mejor de los casos, un auntoengaño provocado por el efecto idemotor.

El empleo de estos juguetes —de los que, por cierto, hay y siguen surgiendo una gran cantidad de modelos— para buscar drogas ha tenido como conscuencia abusos generalizados y detenciones arbitrarias, siendo en la actualidad una incógnita el número de personas presas porque la mano de la persona que manipulaba el aparato hizo, con o sin intención, que su antena señalara a alguien en particular. Y si no hay muertos por explosivos no detectados que pudieron haber detonado cuando se usaron en casos de amenazas de bombas, no es por otra cosa sino porque por suerte, en este país no somos muy afectos a poner bombas y todos los casos en que se les ha utilizado para ello han sido falsas alarmas. O simulacros, donde entonces sí han encontrado la "bomba" que ellos mismos habían ocultado.


ADE651 en Pachuca
ADE651 en Pachuca

Ciegos y sordos a las críticas, evidencias y advertencias, nuestras autoridades, cobijadas por un prensa en su mayor parte apática cuando no de plano cómplice, siguieron protegiendo a la nación con magia. Sólo cuando en agosto de 2013 estalló un pequeño escándalo televisivo  y se hizo del conocimiento del gran público la condena del fabricante del GT200 fue que, un par de meses después y más bien de manera extraoficial —no ha habido una sola declaración ni comunicado al respecto por parte de la Secretaría— la Sedena admitió que había dejado de utilizarlos. De otras dependencias federales como, por ejemplo, la Semar, la Procuraduría General de la República, o las diversas filiales de PEMEX, aparte de un escueta declaración del entonces vocero del Gobierno Federal —ya con Enrique Peña Nieto para temas de seguridad, Eduardo Sánchez, no se sabe nada: todo lo que ha habido desde entonces es un vergonzoso silencio.

Sin embargo, parece que no todos saben lo que es la vergüenza. A pesar de que sus fabricantes ya están en prisión y que el principal usuario de estos dispositivos en México —la Sedena— ya los desechó, se sospecha que en algunos estados del país las policías locales los siguen utilizando. Como ejemplo de esto tenemos el caso específico de Chiapas pues como sucedió apenas el mes pasado en Tuxtla Gutiérrez, la  Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana del Estado de Chiapas sigue confiando en estos juguetes para buscar bombas.

Podríamos seguir, pero para esta lista lo mencionado es suficiente. No queda más que hacer hincapié en que el caso de los detectores moleculares es el ejemplo perfecto del peligro que entraña la falta de pensamiento crítico, el analfabetismo científico, y sobre todo, el imparable avance de las pseudociencias en nuestro país.